Sentado en mi cama, con la vista perdida en la puerta del closet que se abre y se cierra por efectos de la brisa que se cuela por mi ventana; ahí estoy, meditando lo sucedido. Me recuesto de la pared de ladrillos, al otro extremo de la cama, pero no sin antes toparme con tus piernas, que se se fusionan con las sábanas y que mueren de ganas de permanecer inmóviles, en ese colchón, tu colchón, mi colchón.
Mientras descansas de tan agitado viaje por la montaña rusa del placer, te observo con tus ojitos achinados cerrados, tu cabello suelto, como sabes que me gusta; tu cuerpo que con la luz de la luna crea unas sombras sobre el, que hacen denotar la perfección de tus curvas. Te veo y sonrío, ¡Que mujer!
Uno de tus ojos de pronto, en un acto travieso, quiere ver que hay en el exterior. Me ves, sentado, con mis ojos clavados en ti, decidiendo que rincón de tu ser ver primero, y me haces una seña con tu mano, que se escondía bajo la almohada, para que te acompañe; sin pensarlo voy poco a poco acercándome a ti, tratando de controlar a mis manos que mueren por tocarte y disfrutar de tu desnudes, al estar justo a tu lado intento besarte pero no consigo tus labios, intento bajar por tu espalda y no encuentro el camino, me alejo en un acto veloz y... No estás.
Justamente es lo que estaba meditando antes de acercarme a ti, estabas de verdad o eras solo la materialización de un deseo que mantengo reprimido, hacerte el amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario